“El rey de los trasgos” de Angela Carter o cuando Caperucita venció al lobo feroz

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Si pudiéramos oír las primeras versiones orales de Caperucita Roja, en lo más profundo del imaginario medieval, donde el bosque era el espacio de la libertad y también de la magia, con seres fantásticos alimentados por la tradición pagana, quizá reconoceríamos la voz del rey de los trasgos. Mucho antes de que Perrault dulcificará, en especial el componente caníbal de la versión original, donde un lobo antropófago (tal vez un protohombre lobo) devoraba, sin ningún pudor, a la abuela y mostraba sus restos sangrientos a una Caperucita tan alucinada como resignada a su destino fatal. Y que luego los Hermanos Grimm introdujeran un final feliz, eliminaran el sadismo, matizaran sus abundantes connotaciones sexuales, y sentaran las bases de la tradición fairy tales que vendría después. En esa tradición Caperucita sobrevivirá como uno de los cuentos más contados, quizá, por ser un cuento de iniciación (o crecimiento, la resurrección de Caperucita a través de otra barriga, convertida ya en mujer), quizá por ser ese cuento que todas las madres contarán alguna vez a sus hijas, conscientes de que ellas también cruzaron el bosque, para llegar a algún lugar, o quizá, como la protagonista de “El abrigo negro” de Petrushévskaia, a ninguna parte.

“El rey de los trasgos”, es sin duda uno de los mejores relatos de Ángela Carter, de ese libro mítico La Cámara Sangrienta, editado para nuestro gozo por Sexto Piso, y con ilustraciones de Alejandra Acosta, a la altura de la Carter. Una aproximación, como su literatura, devastada y desolada, a la pasión caníbal de un amor feroz, que sólo ella con su poética onírica puede convertir en algo parecido a un cuento de hadas, que el Rey de los Trasgos, como la lección aprendida de Sherezade, repite cada noche a su colección de mujeres-pájaros durmientes. Mientras una jovencita, cualquiera, quizá todas, se adentra en el bosque, o más exactamente en la ilusión de ese hombre que sueña, como en algún tipo de “ruinas circulares”, el sueño de esa niña. En un bosque de hielo que se deshace, en peligro de desaparición repentina, escondido como las matriuskas en muchos otros bosques. “En el bosque es fácil perderse” recuerda Angela Carter, como el eco de todas las advertencias que retornan huecas en un paisaje ceniciento, vacío, deshabitado, tras un ocaso perenne, donde el rey de los trasgos esconde su reino, pero también, su rostro, porque conoce desde hace tiempo su reflejo bestial. Se protege, así, de sí mismo. “El rey de los trasgos te causará un profundo dolor”, dice de nuevo una voz, la de Angela Carter, la madre oculta entre los olmos, que advierte a la otra, la niña del cuento cuando ya no hay remedio: “Es el tierno carnicero que me enseñó hasta qué punto es el amor el precio de la carne”. Pero en el bosque los licántropos exhiben “ojos verdes como manzanas”, que encierran espejismos para fabricar abrazos telúricos, de resina letal, pero también abismos por donde caen las niñas, al otro lado de ese bosque, allí donde habitan todas las mujeres de Barba Azul, y ya no se oye el canto de los pájaros, pues deambulan en torno a la elipsis torpe de su propio encierro, mientras sueñan o cantan en su propio lenguaje que vuelven al punto de partida, justo cuando entraron en el bosque, y aún poseían forma humana.

Y es entonces, cuando Caperucita, conocedora de su destino en la jaula de mimbre, cambia el curso de la historia y con ello, su futuro. No espera a que llegue ningún leñador de los Hermanos Grimm para dar fin a su adorado tormento, para resucitar ahora como mujer. Sabe cual es el talón de Aquiles de su Sansón, la kryptonita de que está hecha su mirada, sólo es un niño asustado que busca refugio. Pero ella ha visto “la marca escarlata de su mordisco de amor en el cuello”, no tiene demasiado tiempo, no desea ser su reina, ni vivir una existencia eterna en la oscuridad de la noche, busca la libertad, echar a volar como los pájaros cautivos al llegar la mañana. Y justo entonces, cuando la sinfonía del viejo violín cante su propia melodía, y esa vieja advertencia “no te apartes del camino”, sea sólo una anécdota, surgirá el grito que cierra este relato, revelador de una nueva y deslumbrante escritura por parte de Angela Carter, que demuestra como a veces los mejores finales se escriben justo al revés.

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3 thoughts on ““El rey de los trasgos” de Angela Carter o cuando Caperucita venció al lobo feroz

  1. Pingback: El Rey de los Trasgos de Angela Carter o cuando Caperucita venció al lobo veraz

  2. Hola ! A penas lo leí ayer, y creo que de los relatos anteriores es el que más me ha gustado, es muy diferente el ritmo con el que narra esta historia, pero exactamente el final es algo que no logro entender, ¿Por qué dice ” ¡Madre, madre, me has asesinado!”? a qué se refiere? ….

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